jueves, 15 de octubre de 2015

Será cuestión de veranos VI.

El segundo día de búsqueda lo emprendí con más ganas e ilusión aunque intuía el cansancio que me esperaba (sin recibir nada a cambio). Sin embargo las horas sin Zaida me hicieron coger fuerza y apostar por encontrarla.
 -Hola jovencito, ¿lo mismo de ayer? - me preguntó la agradable señora del primer bar, de la     primera servilleta-.
 -Buenos días señora – contesté- si por favor.

 ¡Joder me ha reconocido!
 -Aquí tiene: café y galletita.
 -Muchas gracias, quédese con el cambio.

No sé muy bien por qué mis pies se dirigieron otra vez allí pero me alegro de que lo hicieran. Mientras meneaba la cucharilla de plástico en el vaso (del mismo material) recordé a Zaida y nuestros despertares.

 -Buen día grandullón – me decía con voz aniñada-. ¿Has dormido bien?
 -No me llames grandullón – le respondía intentado ser lo más borde posible-. He dormido muy     bien, me encanta que tus pelos me hagan cosquillas en los labios, y que...
-¿Y qué, eh? - decía con chulería fingida-. ¡Cállate!

Y los dos reíamos sin parar. Todo era tan perfecto a su lado que me cuesta recordar la primera, y   creo que única, discusión que tuvimos antes de que se marchara. Me quedé mirando por la ventana esperando. Esperando que volviera, esperando que me pidiera perdón, esperando cualquier cosa.   Pero no vino. Ahora que lo pienso, ¿cómo se me ocurrió decirle que no me casaría con ella? ¿Cómo se me ocurrió advertirle que nunca tendríamos hijos? Debería haber pensado que ser tan sincero con ella podría parecerle cruel. Cruel o no, no pienso casarme ni tener hijos y discutir sobre ellos a nuestra edad me parecía más locura que cualquier cosa. Sin embargo me dio pena, y todavía me da, que Zaida creyera que tenía miedo al compromiso, que solo la veía como a “medio plazo” y errores del estilo. Jamás entenderé su faceta tradicional...

La bocina de un coche hizo que saliera de mis pensamientos y me recordó que debía seguir recorriendo el ocho de Zaida. Seguí atentamente las indicaciones de mi teléfono móvil y en unos minutos llegué al bar “Trato”; lo que me encontré no me gustó nada. ¡Un retrato de Zaida colgado en la pared!

-Perdona, ¿conoces a la chica de ahí?- le pregunté al joven camarero mientras señalaba el
cuadro de Zaida-.
-Buenos días a ti también, tío – me contestó el muy maleducado-.
-Buenos días...Sí. Decía que si conoces a la chica que sale en ese retrato.
El camarero levantó la ceja izquierda y le pedí un batido de fresa para ver si consumiendo
algo, me respondía.
-Sí, me suena. Vendría algún día aquí y Javi la retrataría. ¿Tú la conoces?

¿Javi? ¿Quién es Javi? ¿Que si la conozco?

-Me suena la cara – mentí-. ¿Qué día se hacen los retratos?
-Normalmente los domingos pero olvídate. Javi solo retrata a chicas guapas – me advirtió-.

Cogí el batido, dejé dos euros en la barra y salí a la terraza. Aquel bar me produjo escalofríos nada más entrar. Me incomodó estar rodeado de fotografías, cuadros y retratos de mujeres. Casi no se veía la pared. Todo era muy extraño. Además no esperaba encontrarme una pista tan fidedigna...Empecé a sentir miedo por mí, y también por Zaida.

¿Realmente Zaida ha planeado todo esto?
¿Y si le ha ocurrido algo inesperado y por ello no ha podido terminar el maldito ocho?

A falta de respuestas no me quedaba nada más que seguir buscando. Los dos siguientes bares no me sirvieron para la investigación pues me parecieron locales de barrio de lo más comunes, con camareros y clientes de lo más comunes (nadie reconoció la fotografía de Zaida). Seguramente se me escaparía algún que otro elemento destacable pero después de haber entrado en aquel horrible lugar con caras de mujeres por todos los lados, todo me parecía bien, normal y muy poco sospechoso.

Me siento frustrado. Tengo algo de miedo. No sé si tiene sentido seguir pateando este barrio.

Toqué mis bolsillos, por manía, y encontré la galleta envuelta en la servilleta que me era tan conocida. Decidí volver allí.

-Un café por favor.

-Te estaba esperando – me dijo sonriendo-. Ya sabía yo que ibas a volver. 

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