jueves, 8 de octubre de 2015

Será cuestión de veranos V.

El primer local al que acudí tenía un encanto especial; una barra pequeñísima y dos mesitas de madera con tres sillas de mimbre. No cuatro sillas cada mesa sino tres. Todo era tan peculiar y especial como Zaida. La anciana que atendía la barra me ofreció mi primer café del día y para mi sorpresa me lo sirvió en un vaso de plástico. Miré hacia derecha e izquierda y las pocas personas que se encontraban a mi lado también tenían entre manos un pequeño vaso de plástico con café echando humo. Volví la mirada a la barra y vi que aquella mujer tan entrañable me dejó, junto con las vueltas, una galleta casera envuelta en una servilleta.

    ¡Fue así como Zaida empezó a escribir! Me siento genial al haber descubierto esta especie de pista.

El segundo bar era mucho más grande e incómodo. Me pedí otro café pero me tuve que sentar fuera, en uno de los bancos de piedra, de espaldas a la carretera. Dentro había demasiado ruido, muchos bebés llorando en brazos de sus madres (supongo).

¿Pudo Zaida sentarse tranquilamente a escribir, con todo este ruido? No, no podría. Aunque quizá el día que ella estuvo aquí no había tantas mujeres ni bebés...Sin embargo el camarero hablaba abiertamente con algunas de las mujeres, se notaba cierta complicidad, lo que me hizo pensar que eran clientas habituales. Terminé el café tan rápido como pude y marché en busca del próximo local, ya que no vi ningún elemento destacable para mi especie de investigación.

En la acera de enfrente se encontraba el tercer objetivo: Tapitas. Tenía toda la barra llena de bandejas con apetitosa comida: ensaladilla, jamón, croquetas, pulpo...Sin pensarlo dos veces pido mi tercera dosis de cafeína y una tapa de jamón.

    Si Zaira me viera comiendo jamón hubiera abandonado el local. Ella solo come verduras y cereales.

Mientras el hombre cortaba pan aproveché para mirar hacia todos los rincones intentando buscar un no sé qué, un qué sé yo que me ayudase. Pero nada. Una mujer se acercó a mí para consultarme si se me había perdido algo:
    -No, señora -mentí- gracias. Solo observo este...lugar.
    -Que aproveche – me contestó guiñándome el ojo mientras sonreía-.

Ojalá le hubiera contestado que sí. Que es mi novia, o ex novia quien se me ha perdido, empiezo a imaginarme a mí mismo subido a una mesa y gritando el nombre de Zaida como un loco pero el camarero me interrumpe entregándome el pan y la cuenta. El jamón y el café ya estaban en frente de mí y no me había dado cuenta
    -Perdone señor, ¿sería usted tan amable de decirme si reconoce a esta chica? - le pregunto al camarero sin pensar, enseñándole una de las muchas imágenes de Zaida en mi Facebook-.
    -Ni idea, chico – responde con pasividad-. Por aquí pasa mucha gente todos los días -me guiña el ojo-.
    -Gracias – consigo decir mientras me tiembla el labio inferior-.

    ¡Qué coño pasa en este bar con tanto guiño de ojo!

Bebí el café de un sorbo y envolví el jamón en una servilleta, necesitaba marcharme o las lágrimas empezarían a recorrer mi cara allí mismo. Miro hacia atrás y encuentro al puto camarero mirándome atentamente. ¡Qué cojones!

    Fue en ese preciso momento cuando me di cuenta de que comenzaba a estar cansado a pesar de toda la cafeína que mi cuerpo contenía. Mientras masticaba las finas láminas de jamón decidí visitar solo tres locales más y volver a casa. No ha habido nada que haya llamado mi atención, salvo lo de guiñarme el ojo, así que la única salida que veo es enseñar fotografías de Zaida tanto a camareros como a clientes.

    “Soy malísima para reconocer caras, cielo” me responde la camarera del cuarto bar. “En cuanto salgas por esta puerta no recordaré si eres rubio o pelirrojo”.
    Estupendo, pienso yo.
    “Quizá haya estado aquí. O quizá no” me dice un señor barrigudo. “Lo único que puedo decirte es que no es una clienta habitual.”
    Quizá, quizá, quizá. Estupendo también.

Emprendí el camino (corto) hacia el último bar del primer día de búsqueda y me quedé flipando desde el momento en que empujé la pesada puerta de madera. La barra era pequeña, había poca luz. Muchas mesas bajas con sofás, sillones de cuero, cuadros abstractos y coloridos. Es genial. Tres camareros me miraban fijamente y sonreían. La música estaba muy alta pero no me sentía incómodo, de hecho opté por pedir un refresco y una pizza vegetal para estar un rato más en ese lugar.


    “Necesitas sentarte, aclarar las ideas y diseñar un plan para el resto de los días” me repetía una y otra vez a mí mismo.

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