miércoles, 23 de septiembre de 2015

Será cuestión de veranos III

En cuanto salgo de clase me dirijo al baño, siento la necesidad de mojarme la cara quizá el frescor calme mi mezcla de rabia con preocupación. Lo hago y no funciona, de hecho creo que al ver mi reflejo en el espejo me encuentro peor que hace unos minutos. ¿Así es como la gente me ve? Ojos rojos e hinchados, ojeras y los labios secos. No me gusta lo que veo, ni al 'yo' que me encuentro ahí delante.

Me meto al baño individual, bajo la taza y me siento. Los recuerdos empiezan a apoderarse de mí, cierro los ojos y recuerdo la primera vez que besé a Zaida. 

Bajábamos las escaleras del bus cuando ella se despidió de mí con un tímido movimiento de cabeza. Me armé de valor y la sorprendí con un pequeño y breve beso en la comisura de los labios. Fue genial. Ella se marchó, avanzó unos metros mientras yo seguía inmóvil mirando cómo se alejaba. Se dio la vuelta y nuestras sonrisas se encontraron. 

La puerta del baño me devuelve a la realidad y es entonces cuando no veo mi mochila en el suelo. Mierda. Salgo y ahí está abierta; sobresale un sobre negro y al abrirlo saco una cartulina del mismo color donde destacan unas palabras en rojo: no busques lo que no te quieras encontrar. 

Me tiemblan las piernas y las manos. Creo que hasta las pestañas se tambalean. ¿Qué demonios significa esto? Es obvio que alguien me recomienda no buscar a Zaida y no tengo ni idea de cuál es la puta razón por la que me estoy sintiendo intimidado, amenazado y cagado de miedo. 

Necesito coger el primer bus que me lleva a casa y en cuestión de pocos minutos me encuentro en el punto del primer beso con Zaida. ¿Dónde estará? Y lo que es más importante, ¿con quién? El corazón me late tan deprisa como cuando discutimos por primera vez. Tan, tan fuerte como cuando dio un portazo y se marchó de nuestra habitación, ahora solo mía. Nunca me dijo a dónde fue después de aquel portazo; si lo supiera ahora tendría un lugar donde buscarla. Ella es tan reservada que nunca me contaba nada que no tuviera que ver con ese "nosotros" que tanto añoro. No sé dónde vive ni como se llama su madre. Yo era feliz sabiendo su talla de sujetador, la marca de sus cereales favoritos y el sitio perfecto para hacerle cosquillas. Éramos felices... ¿No? Al menos eso creía yo. 

La realidad es que no sé a quién acudir para empezar a buscarla. Si por lo menos me hubiera hecho caso y tuviera página de Facebook podría contactar con algún familiar, amigo o conocido. Pero no. Zaida no quiere que internet tenga constacia de su existencia y lo que ella desconoce es que mi Facebook está lleno de fotografías suyas durmiendo, leyendo, mirando por la ventana...Lo que ella no sabe y nunca sabrá es que mi red social es más suya que mía. Mi colchón es más suyo que mío.

De pronto una imagen viene a mi mente: veo a Zaida dándome una servilleta. Todos los lunes me regalaba una servilleta de algún bar de la ciudad, con frases para coleccionar. Me la imagino sentada en alguno de esos bares, con una taza de café descafeinado con dos sobres de azúcar moreno. Parece como si la estuviera viendo...

Corro a mi habitación, encuentro las veinte servilletas y las leo una por una intentando encontrar alguna pista sobre su paradero. Reparo en detalles como el nombre del bar, la dirección, el teléfono...Y lo único que me llama la atención es que su letra va cambia de dirección de una servilleta a otra. A veces hacia arriba, a veces hacia abajo. Creo que he averiguado algo. Estoy más cerca de encontrarla.

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